Había
acabado en su propia ropa. Un rato después dijo -Ya no me queda nada acá- y parecía que
iba a llorar- su afirmación me dolió, pero tenía razón. A los dos segundos repitió la
frase, pero en forma de pregunta. No, ya no le quedaba ropa para
cambiarse en mi casa. Pero tenía razón.
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