Soy una sombra cubriendo la habitación, si prendes la luz desaparezco. Estalla el telón ennegrecido de mi cuerpo y sólo quedan sombras pequeñas proyectándose, espías y ásperas, detrás de los muebles blancos de la habitación, pintados así para combatirme. Entonces, este es el campo de batalla, y esa es tu mano cercana al interruptor, a punto de romperme.
martes, 28 de diciembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
Terrestre
Yo no sé de cosas terrestres. Sólo sé de piruetas sobre mi misma. De espacios oscuros como abismos intermitentes. De luz prestada y efímera. De calor distante. Sé de asteroides llenos de flores y de príncipes ausentes, quizá fugitivos. Sé de magníficos pilotos de tormenta con récord en aterrizajes forzosos. Se estrellan sobre mi y rasgan mi superficie. Escarban en busca de oro y yo se los permito. Pero no lo hay.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
De cara a la pared
A veces los otros parecen endurecidos, rígidos, impenetrables. No se ondulan ante mi tacto. Mis señales llegan hasta sus superficies, rebotan y vuelven a mi como un silencio mortuorio, como una redundancia. Y parecería que no hubiera nada. Ni para mi, ni para ellos. ¿Cuántas veces quién habrá estado de cara a la pared de mi cuerpo, frente a mi completa ausencia?
viernes, 9 de julio de 2010
La marea alta
lunes, 7 de junio de 2010
No festejamos las pérdidas
No hervimos té en hebras, ni colocamos nuestras tazas favoritas sobre la mesa. Tampoco horneamos un bizcochuelo a base de yogurt (dos medidas de harina, una de azúcar, media de aceite y un yogurt) durante una hora y cuarto. No se nos ocurre adornar con flores frescas el centro de la mesa para perfumar el ambiente, ni siquiera para alegrarnos. No tenemos de qué alegrarnos. No festejamos las pérdidas. Ninguna de nosotras. Aunque ella sepa que está bien. Aunque yo sé que era necesario. Todas sabemos. Aún así no festejamos las pérdidas. Sentadas alrededor de la mesa la comida se nos asemeja a un funeral y las flores en el centro son el cadáver. Y también el olvido.
lunes, 31 de mayo de 2010
Jugar
–¿Cuántas letras tiene tu nombre? – Preguntaste.
–¿Cuál de todos? – Respondí.
En ese momento notaste que mi cara eran muchas
caras, que mi boca iba cambiando de forma
conforme pronunciaba cada uno de mis nombres.
Mis ojos eran muchos ojos, pero todos míos, y todos de colores distintos.
Y te alejaste. Ninguno de mis rostros era el rostro que buscabas.
sábado, 10 de abril de 2010
La espera
martes, 9 de marzo de 2010
Desarmarse
Queda sombra y vacío donde estaban las piezas de mi cuerpo. Aún así, gano vida en ese desbaratarme silencioso e insospechado. Se apoderan de mi las voces, las personas, los lugares. Me desarmo: mi mano tiene otro nombre, mi pelo pertenece a alguien más, mi boca habla palabras que desconozco y mi voz es un eco lejano y salvaje.
Los otros también se desarman, y cada uno toma lo que puede en un intento por reconstruirse. Pero esa persona ya no somos nosotros, sino pequeños pedazos de muchas vidas, muchos mundos y muchas muertes.
viernes, 19 de febrero de 2010
Deseo
Y sin embargo deseo cruzarte. Aunque tus palabras no lleguen hasta mi. Aunque mi paraguas transparente me obligue a mirar el cielo. Porque este asunto vuelve a mi con insistencia: La lluvia, la sonrisa, la promesa. Y deseo cruzarte por la vereda. Y que me veas, y notes en mi lo que viste la primera vez. Cuando viajaba en mi bicicleta, cuando estaba sentada frente al almacén. Y puede suceder que nos tomemos de la mano y volvamos a bailar juntos, entre la vereda y la calle, en un mundo nuestro. O puede suceder que mis oídos queden sordos en el preciso instante en que pronuncies mi verdadero nombre, y yo siga caminando de espalda a tus ojos sonrientes, como si no reconociera tu voz. Entonces el mundo que era nuestro se parte en dos y cada uno es rey de un hemisferio. Pero allí se está solo.
sábado, 23 de enero de 2010
Mi risa
Nunca supe como reír. Siempre imaginé que mi risa estaba encapsulada en el centro de mi cuerpo, atrincherada contra la tristeza. Miedosa de que esa palabra tuviera el poder para borrarla por completo. Ensayé varias veces como sería su sonido por si alguna vez decidía mostrarse, hacerse oír, resplandecer en el aire. Pero mis ensayos no fueron más que estrepitosos fracasos de risas rotas, de risas asfixiadas, de risas forzadas, de risas plásticas. En fin, de risas que no eran más que cáscaras vacías. Siempre que río, lo hago como ensayé y mis risas caen al suelo pesadas y opacas. El aire no puede sostenerlas, no puede hacerlas brillar.
sábado, 16 de enero de 2010
La hermandad de la Luna
Blancas. Morenas. Pies descalzos surcando la arena hirviente como si fueran suaves amapolas. Manos unidas unas a otras, conectadas en lo más hondo, buscando sus periferias, rozando sus superficies. Sus ojos se miran y ríen. Ellas mismas se han dado sus propios nombres, que riman. Fueron hechas las unas para las otras. Se pertenecen. Recorren un desierto árido y espeluznante, erizado de soledad. Pero el desierto no puede tocarlas. Rompen la monotonía del paisaje agrietado con sus cuerpos. La luz del sol se proyecta sobre ellos como lo hace sobre la Luna. Y ellas lo abrazan en la delicadeza de su caminar, en su unión, en sus fuerzas para llevarse unas a otras. Suena para ellas un cascabel que las embriaga y surge de entre los resabios de la arena volátil un cuerpo frágil y bello que clama ayuda. El círculo se abre pero no se rompe y sus manos limpias se enlazan a la recién llegada. Lunas enteras pasan por sobre sus cabezas antes de que empiecen a caer muertas sobre la arena. Antes de que empiecen a quemarse. Y el cascabel suena más fuerte. La soledad las corrompe, las desarma, las ensombrece. Ha ingresado al circulo un cuerpo que puede retorcer las almas. Empequeñecerlas, hacerlas desaparecer. Capaz de hacerles olvidar sus verdaderos nombres, sus verdaderas causas, sus lazos insondables. Una piel fría y rugosa envuelve sus tobillos. Y comienzan a caer. Blancas. Morenas. Caen y se queman.