No importan las circunstancias, los motivos, ni las acciones o más bien sus ausencias. Sin invitación, y sin creerle al principio, vino y se sentó a mi lado ¿Se puede creer tanto descaro? Pero así fue, se instaló a mi lado, firme, sin razones sin decir una palabra. Me acompañó todo el día, hora tras hora con paciencia me seguía en cada uno de mis quehaceres y descansos. A veces me tomaba la mano, con suavidad, con delicadeza que se sentía tan erosionada, tan amarga. Se colocaba frente a la ventana y variaba su posición de acuerdo al lento movimiento del sol, vigilaba con insistencia su sombra para que siempre se proyectara sobre mi cuerpo. Y su sombra me envolvía, su mano se enredaba en mi mano, había nacido quién sabe de que profundo dolor, rencor, o recuerdo olvidado y no había razones, al menos que se revelaran ante mi para justificarlo ¡Y no tener razones es una verdadera molestia! Un mecanismo que no cierra, una tuerca floja a punto de caer. Y este ser junto a mi, con su cuerpo haraposo y translucido, abrazándome, llenaba mi soledad con su presencia abismal. Ese día en que mi mente no rozaba las orillas de ningún recuerdo en particular, no anclaba en ninguna pena pasada, o en asuntos sin barnizar, se posó a mi lado este ser, este sentimiento, mezcla de furia y tristeza, dolor y desesperanza, cansancio y agobio. Y me tomó, me abrazó, me envolvió. Me llevó a otro lado de mí, a esa parte que en batalla silenciosa se enfrenta a las otras partes de mi persona, de mi alma.
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1 comentario:
Muy bueno...
Me llegó al profundo sitio que habita mi cuerpo...
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