Y sin embargo deseo cruzarte. Aunque tus palabras no lleguen hasta mi. Aunque mi paraguas transparente me obligue a mirar el cielo. Porque este asunto vuelve a mi con insistencia: La lluvia, la sonrisa, la promesa. Y deseo cruzarte por la vereda. Y que me veas, y notes en mi lo que viste la primera vez. Cuando viajaba en mi bicicleta, cuando estaba sentada frente al almacén. Y puede suceder que nos tomemos de la mano y volvamos a bailar juntos, entre la vereda y la calle, en un mundo nuestro. O puede suceder que mis oídos queden sordos en el preciso instante en que pronuncies mi verdadero nombre, y yo siga caminando de espalda a tus ojos sonrientes, como si no reconociera tu voz. Entonces el mundo que era nuestro se parte en dos y cada uno es rey de un hemisferio. Pero allí se está solo.