No hervimos té en hebras, ni colocamos nuestras tazas favoritas sobre la mesa. Tampoco horneamos un bizcochuelo a base de yogurt (dos medidas de harina, una de azúcar, media de aceite y un yogurt) durante una hora y cuarto. No se nos ocurre adornar con flores frescas el centro de la mesa para perfumar el ambiente, ni siquiera para alegrarnos. No tenemos de qué alegrarnos. No festejamos las pérdidas. Ninguna de nosotras. Aunque ella sepa que está bien. Aunque yo sé que era necesario. Todas sabemos. Aún así no festejamos las pérdidas. Sentadas alrededor de la mesa la comida se nos asemeja a un funeral y las flores en el centro son el cadáver. Y también el olvido.