Oscilar. Entre ser sombra entre las sombras. O un pequeño resplandor. Entre ser carcajada que nace desde el centro del estómago e inunda la garganta y la boca. O llanto silencioso y seco de mirada perdida en el techo oscuro de la habitación, colgando de la lámpara ideas que no pueden explicarse con las palabras que conocemos. Oscilar. Entre ser la sonrisa prometida cuando llueve, o ser una con la lluvia. Oscilar. Entre pasar el peso muerto de mi cuerpo de un pie a otro, o bailar en la calle. Oscilar. Entre ver la Luna, o una cara o una liebre. Oscilar.
lunes, 14 de diciembre de 2009
viernes, 20 de noviembre de 2009
Exilio
jueves, 6 de agosto de 2009
Amor dado por perdido
miércoles, 1 de julio de 2009
Huir
domingo, 1 de febrero de 2009
Te deje en Irigoyen
Te dejé en Irigoyen. En esa estación en la que una vez, al pasar fugazmente, vi el atardecer plasmarse entre el contraste de las sombras de viajeros, que sentados sobre los bancos de aquella estación esperaban a la vida para impregnar sus pobres cuerpos.
¿Puedo esperar que hayas leído lo que mi mirada tuvo para decirte, o lo que mi sonrisa dijo a pesar de la tristeza? No fueron mentiras tejidas en mi cara, pero apenas si podemos entendernos con palabras, con esa limitación que traen impresas ¡como si ya no tuviéramos suficientes vergüenzas en el alma!
Aunque ahora te esté recordando, elegí esa estación, por que es la estación del olvido, bajar en Irigoyen, respirar su aire, su viento de amnesia, y volver como recién nacidos.
A pesar de eso, hay otro olvido en Irigoyen, es aquel que atrapa a sus pasajeros, entre el rechinar de metales, el ruido de las bocinas lejanas y el misterio de sus andenes vacíos. Tuve que arriesgarte a ese olvido, con el temor de que caminaras junto a esas vidas que no saben quienes son.
Sobre éste tren que parte hacia un lugar distante, miro atrás, contemplo tu figura alejarse, volverse sombra. Allí es cuando me parece ver como cada uno de los encantos de Irigoyen te va rodeando, y haciendo gala de sus maromas te vuelven parte de él.
lunes, 26 de enero de 2009
Desierta
Nacen flores marchitas de mi cuerpo a causa de tu descuido. Tu silencio irrumpe en mi azotando mis confines como un viento de fuego. Cielo desierto muerto de sed, manos agrietadas luchando contra el castigo del sol. Nunca más tu cuidado, tu cadena. Desapareces en los vaivenes de la arena. Otra vez el fuego te arrastra, me arrasa. Y me quedo acá: desierta de vida, poblada de ausencia.