Había
acabado en su propia ropa. Un rato después dijo -Ya no me queda nada acá- y parecía que
iba a llorar- su afirmación me dolió, pero tenía razón. A los dos segundos repitió la
frase, pero en forma de pregunta. No, ya no le quedaba ropa para
cambiarse en mi casa. Pero tenía razón.
domingo, 20 de noviembre de 2011
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